Los niños son investigadores por naturaleza; apenas se pueden mover con independencia de sus padres, indagan por todos lados cómo es el mundo a su alrededor y se maravillan. Los adultos casi siempre han perdido ese interés y ni siquiera se dan cuenta de cómo la vida los ha transformado en seres humanos mucho menos curiosos e inquisitivos que sus hijos.
Los niños juegan y descubren: hallan donde los mayores ya no sabemos buscar, se divierten y cuestionan sistemáticamente cómo, dónde, cuándo y porqué...
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